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MALA CONDUCTA O COMPORTAMIENTO POR ESTRÉS
Lic. Mariana Soria Torres

Hace unos años estudié la Certificación de “Self-Reg en la infancia temprana de Stuart Shanker” y cambio completamente la forma en la que percibía y actuaba ante los diferentes comportamientos de mis hijos y en realidad de todos los seres humanos, transformando mi concepción de la conducta humana y también, mi propio comportamiento.  

De acuerdo con la ciencia, los seres humanos actuamos como nuestro cerebro nos lo permite. Para que logremos estar en un estado óptimo para lidiar ante los retos del día a día debe existir un equilibrio entre las diferentes partes de nuestro cerebro. Metafóricamente hablando, el cerebro humano se puede dividir en tres partes según su función, el cerebro más primitivo que tenemos es el reptiliano y es el encargado de todas nuestras reacciones de defensa (fight, flight o freeze) cuando la conducta es guiada por esta parte de nuestro cerebro no es racional; es decir, perdemos el control y no podemos alcanzar de forma óptima funciones cognitivas superiores.  

Otra parte del cerebro es el cerebro límbico o cerebro del mamífero, este es el cerebro emocional y está escaneando todo el tiempo si hay alguna amenaza o estresor (cualquier estímulo que nos haga gastar energía o una sobre carga de estímulos que no permita a nuestro cuerpo recuperarse) una amenaza interpretada por nuestro cerebro puede ser un evento en que nuestra vida esté en peligro, pero también puede ser lidiar con una situación emocional fuerte ya sea propia o de otros, no haber dormido bien durante la noche, dificultades en el procesamiento sensorial, estar mucho tiempo sentado, tener que exponer en clase, etc., cuando este cerebro límbico se sobrecarga es el encargado de enviarnos al cerebro reptiliano, es decir, a nuestras reacciones de defensa.  

Es importante entender que nuestro sistema nervioso no distingue entre un estresor físico y real de otro meramente mental. Cuando la conducta de un niño, adolescente o adulto es guiada por el cerebro límbico la conducta detonada es irracional y no hay una conciencia de la misma en el momento. 

Por último, está el neocortex, este es el cerebro más evolucionado y es el que nos hace diferentes de otros animales, es el que más tarda en madurar en los seres humanos y es nuestro cerebro racional donde se alojan funciones cognitivas superiores. Este cerebro se “apaga” cuando el cerebro emocional y/o reptiliano toman el control de nuestras acciones.  

Lo que la ciencia ha descubierto, es que al funcionar en equilibrio el cerebro límbico y el neocortex, es decir, cuando el gasto energético de nuestro cerebro – cuerpo es justo el necesario para adaptarnos; permite que se recupere rápidamente para continuar lidiando con las actividades diarias, lo que se denomina como: autorregulación. Estado óptimo para aprender y adaptarse al medio, el cual se refleja cuando nuestros hijos (y nosotros) presentamos conductas adaptativas que nos permiten lidiar de forma óptima ante los retos del día a día, cuando estamos conscientes de nuestro comportamiento y podemos tomar desiciones asertivas. 

Cuando una persona se enfrasca en un ciclo de estrés, es decir, su cerebro-cuerpo está expuesto a un estrés excesivo que no permite que recupere la energía gastada, se produce una sobrecarga alostática. El exceso de estás experiencias, puede generar que el cerebro se acostumbrare a la sobrecarga de estresores o a la alta intensidad de estímulos, derivando un nuevo estado de equilibrio (no adaptativo). Esto trae como consecuencia que la capacidad para tolerar el estrés (estímulos tanto positivos como negativos) sea cada vez menor. Lo que se puede resumir en un niño, adolescente o adulto que tiene reacciones intensas de 0 a 1000, berrinches constantes, cambios de humor erráticos, decir cosas sin sentido, baja atención y control inhibitorio, etc.  

Como padres al enfrentarnos con un “mal comportamiento” de nuestros hijos es básico parar, observar y analizar si realmente esa conducta es algo que están haciendo de forma intencionada y consciente o si en realidad es un comportamiento detonado por el estrés, es decir, su cerebro límbico está sobrecargado llevándolos a reacciones de lucha (gritos, berrinches, amenazas, contestar mal, etc.), huida (evadir el reto, falta de atención, no escuchar cuando les hablamos, etc.) o quedar paralizados y no lograr reaccionar. A veces ocurre cuando los padres reaccionamos con enojo y gritos (donde por cierto también estamos actuando ya con nuestro cerebro reptiliano) que todavía sobrecargamos más el sistema nervioso de nuestros hijos en lugar de actuar como un mediador para que puedan autorregularse. Para que un cerebro de orden inferior (un cerebro todavía inmaduro o en crecimiento) se pueda autorregular, necesita de un cerebro de orden superior (maduro) que lo ayude y la única forma de lograrlo va ser manteniendo en ese momento un estado de calma real por parte del adulto y a través de la conexión con tu hij@.  

La próxima vez que tú hij@ tenga un comportamiento no deseado, antes de reaccionar, te invito a observar y preguntarte ¿por qué? y ¿por qué ahora?, identifica todos los estresores (estímulos) tanto positivos como negativos a los que se está enfrentando y evalúa de esos estímulos cuál o cuáles son los que pudieran estar detonando su comportamiento. Reduce esos estresores, conecta con tu hij@ y notarás un cambio significativo en su relación. 

Bibliografía 

  • Siegel D. y Payne T.. (2016). El Cerebro del Niño. Barcelona: Alba Editorial. 
  • Shanker Stuart. (2016). Self-Reg: How to Help Your Child (and You) Break the Stress Cycle and Successfully Engage with Life. Canadá: Penguin Press.